Deleter Taller

Este pizarrón colectivo nos convoca a hacer de esta aventura una comunidad interactiva. Poesía y Narrativa; Narrativa y Poesía, sin tiempo ni lugar.

domingo, agosto 27, 2006

Mauro

Guía 5

Reflexión o sumario a mis angustias y nimiedades

Desde hace años arrastraba una idea que me pesaba como plomo: “He dejado de leer, porque ya no me interesa la lectura; porque he perdido el hábito, consumido en la cotidianidad, en las excusas del trabajo o la telenovela, en el descanso –nunca reparador- o la angustia de una precariedad alojada en mi ánimo”. Así pensaba mientras ordenaba por enésima vez mi biblioteca o vaciaba las cajas de libros que me enviaban las editoriales para venderlos en mi librería. ¡Vendía libros! Y apenas mis ganas alcanzaban para anotar la cantidad de ejemplares después de leer someramente los títulos impresos a cuatro colores.

Hice un intento pero ni siquiera pude desentumir los ojos durante el taller dirigido por Carmen Gloria Parés. Me costaba seguirle el hilo a las historias, me costaba tomar los libros y dar con sus hojas una tras otra. “Es una batalla perdida”, pensaba.

Sin embargo, terminé un par de libros, amargamente leídos, obligándome a realizar un acto sobrenatural de comprensión de esas páginas tan desafectadas como mi humor.

Hago memoria sobre qué me hizo de repente comenzar a devorar libros y autores nuevamente.

-Es este año. -me dije. Se cumplen diez años acá y puede ser un nuevo comienzo. Es fácil si uno quiere, retroceder el reloj, dejarlo en la hora exacta del principio y recomenzar por donde uno cree que dejó algo o muchas cosas. En mi caso, que es el que estoy explicando en estas líneas, la lectura. El fragmento de “Cuando pienso en mi falta de cabeza” de Couve, leído el 2004 me había dejado inquieto, la primera vez que Parés nos lo entregó en una de las sesiones de taller. ¿Por qué dicen que Couve era un buen escritor? ¿Dónde estará su perfección, su estética inquietante?

La historia de ese libro se me terminó rápido y estaban más abiertas ahora mis interrogantes, hacia atrás (La lección de pintura) y hacia más atrás todavía, porque el libro leído era el último que había escrito aquel hombre.

Luego tomé una de las historias de Heredia (que acabo de terminar), libro que vegetaba en la biblioteca sin esperanza alguna de ser leído. Lo había desahuciado hace un buen tiempo por todo tipo de prejuicios, banales la mayoría: el género (policial) no me gustaba; después de ver la serie en la tele (con la cabal personificación de Arredondo) nada más se puede hacer; se veían que era un libro largo. ¡Fíjense! Largo y por tanto aburrido. Y así me iba haciéndole el quite al mentado objeto.

-Pero es este año -volví a repetir- y una tarde tomé el libro para que me acompañara al baño. Como hay un sólo baño en casa y somos vario y varias, comenzaron los toques insistentes a la puerta y entonces comprendí que la pasión de la lectura había vuelto.

Una invitación a otro taller, a este taller, me llegó como anunciando que cinco minutos habían corrido ya en el reloj que colgaba con las horas nuevas y no habían pasado en vano. Estaba en las cosas.

Y apareció entonces la invitación a leer Sostiene Pereira. Un libro que se alojó en mis manos a horas distintas de distintos días, y las entibió, haciéndome sentir que retornaba a un estado de placer intacto, pero instalado en uno de esos recovecos insospechados que guarda la memoria emotiva.

Estoy recompuesto. La pregunta es por qué me dediqué tanto tiempo a la fractura. Leer es un placer asimilable a la modorra de un día calmo, al sexo con sus antes y sus después. Leer es un placer recompuesto en mi bitácora. Y eso se agradece. No tanto porque comporte un trabajo necesario para la escritura. No tanto por eso. Aunque también. Leer porque acurruca los minutos la lectura, configura el día entero si nos toma en la mañana su aroma de hojas negras e imágenes brillantes.

Leer porque acompaña los sueños si agarramos un capítulo sobre el sillón antes de acostarnos.

Leer porque da pausas a las jornadas, cuando uno lo desea.

Leer porque da gusto comenzar y terminar a cada momento.

Leer porque desangustia ad infinitum.


A pesar de que esta Reflexión no cumple con la idea de “inventariar” la experiencia del trabajo realizado en el taller hasta julio, me resulta muy interesante el comentario sobre las posibilidades concretas y vivenciales de la lectura a que haces referencia y el modo en que encadenas esas lecturas con un momento de tu vida que cierra y abre (como el loco del tarot), además de que me genera emociones particulares.
Couve me leyó “Cuando pienso en mi falta de cabeza” en su casa de Cartagena, cuando lo entrevisté, algunos meses antes de su muerte. Nos hicimos amigos. Tenía la intención de publicarlo y a su manera era una continuación del trabajo de “La Comedia del Arte”. Para su desgracia –y la nuestra- la editorial Planeta lo rechazó, por encontrarlo muy breve. Su frustración fue terrible. Hablábamos por teléfono a diario y yo era “su oreja”. Me pareció cruel la indiferencia frente a ese trabajo creativo y muy baja la moneda con que se transaba “lo vendible” de una obra. Hablé con él por última vez en enero del 97 (si la memoria no me falla). Lo contacté (ese es otro capítulo) con Andrés Bello, con la intención de que pudieran publicar algunos de sus libros en el extranjero. Me fui de vacaciones. No supe de él hasta que me enteré, en marzo (de una manera terrible) que se había suicidado. A los pocos días, Planeta anunció que publicaría “Cuando pienso en mi falta de Cabeza”. Eso terminó por convencerme de la bajeza de la industria editorial. El personaje que había tomado ambas decisiones (la de negar y la de sacar provecho) era Carlos Orellana. Yo fui la primera lectora de ese “relato especial”, él me hizo ese regalo, el destino me puso ese día en ese lugar. Por eso me resulta especial que hables de él. Habría sido bueno para él conocerte. Y creo, en mi esotérica confianza, que ese círculo que él cerró con violencia y cansancio, se abre para dejarnos visitar el mundo que dejó desde su alma como un obsequio para la pobreza infinita de las relaciones.
La pregunta por si escribe bien. Difícil. Couve escribía para sí, para un oficio en el que se jugaba a sí mismo. Su casa, gigantesca, estaba casi desprovista de muebles. Era de una austeridad meridiana. Las paredes exhibían algunos de sus cuadros. En una pequeña habitación, iluminada como por el trazo de Johanes Veermer, escribía: Nada excepto un escritorio pequeño donde había un libro. No me nombró el título, pero sí el autor. Virgilio.
Se tomaba mucho tiempo en componer una obra. Era, como tú y como yo, del signo Aries.
Hasta aquí mi delirio.
Por otra parte, disfruté mucho a Heredia, a pesar de mi estilo “cultista”. También conocí a Díaz Eterovic. Lo entrevisté en su oficina del INP, en Santiago. Rodeado de papeles, en medio del ambiente aletargado de la burocracia, habló con naturalidad y simpatía. Cómo y por qué descubrió a Heredia (tenía que ver con su hijo), su infancia en Punta Arenas, su mujer, las horas que le robaba al sueño para hacer literatura.
Curioso este encuentro, en tiempos y espacios disímiles, entre aquellos que eran y los que somos.
Nada puedo decir sobre tu ejercicio de lector, excepto que me alegra que te regale la “desangustia”. A mí, después de estudios, obsesiones, teorías y hojas releídas, me sigue regalando el único abismo al que no soy capaz de renunciar, y sigo en èl, cayendo o elevándome, en busca de la luz que asoma al final, como una mágica promesa.
Aquí, no por eso, sólo por compartir, te copio la entrevista a este ùltimo. La de Couve sólo la conservo publicada, por ahí, entre papeles viejos.
Un abrazo


Ramón Diaz Eterovic
Heredia es más real que yo

Carolina Ferreira


Un tanto sorprendido y, por supuesto, gratificado recibe Ramón Diáz Eterovic, creador de Heredia y de la serie de novela policial más perseverante de nuestra literatura de hoy, su apertura al mercado internacional. Internacional con mayúsculas porque asoma de una vez y casi con simultaneidad a más de seis países europeos, a varios idiomas y a un enorme potencial de lectores de España, Francia, Portugal, Alemania, Italia y Grecia y preparan los escaparates de sus librerías para recibir a Heredia, el personaje escéptico y constructivo a la vez que se despliega como héroe de la novelística de este autor, nacido y criado en la ciudad más austral del mundo, Punta Arenas.
Desde allí se vino cargado de palabras y de mundos que fueron construyendo no sólo una poética y una narrativa singular sino también una capacidad de valoración de su entorno, a través del cuestionamiento valórico y social, político y personal que contienen sus novelas. Una serie que ya va en el séptimo título, desde La ciudad está triste hasta el recientemente editado Los siete hijos de Simenon. Además, el autor tiene listo su próximo título de la serie: El ojo del alma.
Tanto ha crecido Heredia para el público acostumbrado a su lectura y para los otros, para los editores que lo eligieron para ser publicado y difundido en Europa o para el jurado que recientemente le otorgó el Premio “Las dos orillas” que le permite ese salto vertiginoso a Europa, que el propio Eterovic llega a sentir que la realidad del personaje que creó para desdoblar su perspectiva, su mirada del mundo, llega a ser máa fuerte que la propia realidad, la del administrador público que trabaja en el sexto piso de las oficinas del INP y que de noche, por pasión e inevitabilidad, le roba horas al sueño para construir y reconstruir de memoria personajes, situaciones, lugares que recorre transfigurado en un detective de poca monta, añoso, descreído y nostálgico.
La larga lista de galardones, el quehacer permanente en el oficio y los éxitos alcanzados no parecen mover del suelo concreto al Ramón Díaz Eterovic que habla con sencillez y claridad, sin grandilocuencias, sin embriagueces, sin teorizaciones. Porque en Chile es así la cosa, un escritor no vive de la literatura, vive de amar la literatura a toda costa.

Una historia policial

Díaz Etérovic pertenece a una generación autotraicionada, según él mismo afirma, de la que, sin embargo, se siente profundamente hermano. Cuando en 1986 publicó en conjunto con Diego Muñoz la antología de narrativa chilena Contando el cuento estableció, de alguna manera, una suerte de profesión de fe sobre la producción de los escritores post-golpe que ha visto largamente confirmada:
-Yo he sido desde hace muchos años bastante hincha de mi generación de narradores y he tenido mucha fe siempre en el proyecto o en la vigencia de una generación de narradores que la veo muy sólida, como no había pasado en Chile desde la generación del 38. Entre otras cosas pienso que esta generación no es una generación inocente desde el punto de vista de la lectura, del conocimiento literario. Pasados 15 años creo que no me he equivocado, hay muchos autores de esta generación que están ocupando un espacio importante en la literatura chilena, han tenido una buena acogida de los lectores, a muchos les ha ido muy bien afuera: Hernán Rivera, Luis Sepúlveda, Ana María del Río.
-Su generación, acorde con una línea de producción en las letras latinoamericanas, se ha preocupado del género policial de manera importante. ¿Qué factores determinan este interés?
-El desarrollo del género a nivel de Chile y de Latinoamérica tiene mucho que ver con el sentimiento de emergencia urbana, con el desarrollo de las grandes capitales donde se desbandan todas las posibilidades de marginalidad, de criminalidad, pero al mismo tiempo el ciudadano empieza a ser un ente más desprotegido y cuya vida pierde el sosiego y la seguridad que podía haber tenido treinta años atrás o viviendo en la provincia. El hombre metido en las grandes ciudades empieza a vivir cada vez más solo, más incomunicado, y de alguna manera este tipo de novela está hablando de ese tipo de hombre. A mí también me ha interesado mucho trabajar el espacio urbano, la ciudad de Santiago, como una ciudad que crece y se destruye a sí misma, que rompe la tradición de sus espacios, de su paisaje, tal vez por eso yo hablo mucho de bares que van desapareciendo, de esquinas que ya no son lo que eran, y de la pérdida de la tradición, de un modo de vida que era más rico, también.
-Es decir, la novela negra contrae una perspectiva ética de la realidad...
-Sí, yo creo que el género policial en su esencia es una búsqueda de verdad. Hay un enigma en el trasfondo de la historia que uno cuenta. Es un género que tiene mucho que ver con los valores, con la ética que impera en una sociedad determinada. Yo llegué al género tratando de escribir algo que a mí me permitiera reflexionar, contar, hablar de la realidad social, política de Chile. Empecé esta serie de novelas el año 85, la primera la publiqué el año 87, pensando que los códigos que dieron origen a este género -cierto sentimiento de inseguridad, falta de credibilidad en la justicia- estaban muy de acuerdo con la realidad chilena. Y tal vez, de manera inconsciente, a través del ciclo de las 7 novelas de Heredia se ha logrado, de alguna forma, una cronología de lo ocurrido en Chile en los últimos quince o veinte años, en torno a temas que son fundamentalmente valóricos y éticos: detenidos desaparecidos, narcotráfico, corrupción, ecología, etcétera, y más allá de esos temas, en el desarrollo de los personajes y en la descripción de la ciudad misma, uno puede leer una crónica de un país que se ha ido transformando y perdiendo algunos de sus valores y normas de convivencia.
-En el terreno de la ficción policial, ¿estamos hablando también de una literatura de un grado importante de realismo?
-Desde el punto de vista de que a la persona que lea estas novelas se le provoque algún grado de cuestionamiento o de reflexión sobre las cosas que le toca vivir y que están afectando su alrededor. El neopolicial latinoamericano es un género que permite describir las realidades de Latinoamérica, es una posibilidad de hacer una literatura realista, de hablar de los problemas del hombre latinoamericano de hoy, afectada por ciertos hechos que siempre tienen su origen en algún tipo de abuso del poder, sea de los gobiernos o de la economía.



Un quijote desencantado

-¿Cómo se las arregla Heredia de cara a esta posición ética?
-Siempre se ha dicho que la novela policial es esencialmente moralista, no en el sentido de que uno como autor quiera imponer ciertos valores o una moral determinada, sino defendiendo determinados valores, por ejemplo la justicia. En la novela policial lo sustantivo es el restablecimiento de cierto orden, cierta justicia mínima, aunque en el caso de mis novelas ese restablecimiento de justicia no sea más que en el plano de la tranquilidad personal del personaje. Hay poderes que están más arriba de las personas y que no dejan que la justicia se concrete.
-¿El protagonista representa un tipo de orden derogado, superado?
-Heredia tiene una estructura ética y valórica esencial, donde la reparación de la justicia juega un papel fundamental y es lo que lo lleva muchas veces a trabajar sin recibir paga y a meterse en las patas de los caballos. Es un personaje, desde ese punto de vista, quijotesco, que hace muchas cosas no porque quiera recibir un beneficio material sino porque cree en sus valores.
-Usted mismo dice de él que es un héroe antihéroe...
-Heredia es un pesimista activo. Yo hablo de él como un antihéroe porque de alguna manera es un personaje que viene de vuelta, bastante marginal, que un poco a contrapelo de la tendencia actual se conforma con lo mínimo, con mantener su hábitat, sus amigos, su entorno cerca del río Mapocho, no es un héroe porque no es un triunfador en el sentido del éxito actual, sino una persona que incluso vive en la línea del fracaso. De hecho, es de una soledad tan grande que a veces la única posibilidad de diálogo es con su gato Simenon, diálogo que muchas veces es imaginario y que, por lo tanto, acentúa su soledad. Es antihéroe también porque de alguna manera se sitúa en contra de la tendencia imperante. Tiene nostalgia por los espacios antiguos de Santiago, nostalgia de la idea de cómo debiera funcionar la sociedad. Pero, aunque él no tiene mucha confianza de que las cosas puedan cambiar o mejorar siempre se da ánimos para trabajar, para contrarrestar las situaciones negativas.
-De alguna manera, entonces, este personaje se cruza con la caracterización de una generación complicada, la llamada por usted mismo generación postgolpe o del desencanto.
-Para mí ser narrador post golpe, título que inventamos con Diego Muñoz cuando hicimos la antología Contando el cuento, es una realidad. Yo formo parte de una generación de escritores que teníamos dieciseis o diecisiete años cuando vino el golpe y toda nuestra formación de escritores, nuestra primera obra y nuestra temática fue muy marcada por eso. Ahora, yo creo que Heredia como personaje es un trasvasije de mi persona, él recoge el sentimiento de un sector importante de gente de mi edad que era muy joven cuando fue el golpe, que participó activamente en la cosa política, pensó que la salida de la dictadura iba a ser de otra manera, que las cosas iban a cambiar de forma más radical y todo eso de alguna manera nos llenó de cierto desencanto, de cierto escepticismo y ese desencanto ha orientado la misma forma de vivir de esta generación.






Coraje y decisión


-¿Procura también Heredia, entonces, una revisión autocrítica de su generación?
-Yo terminé de escribir recién una novela de Heredia donde el tema de fondo es el tema de la traición, de cómo nosotros como generación nos traicionamos. De ser una generación que se las jugó por sus utopías se dejó llevar por la moda imperante: despreciar el quehacer político, dejarse ganar por el éxito económico, dejarse ganar por cierta indiferencia. De vez en cuando muchos de nosotros hacemos el cuestionamiento: ésta no era la vida que yo buscaba, en qué momento me doblaron la mano.
La marginalidad de Heredia parte precisamente del hecho de ser una persona que decide no cambiar, que sigue protestando contra los cambios del sistema, pero que en el pasado estudió leyes, estuvio un tiempo en la universidad, hizo alguna actividad política media confusa, eso lo hace un personaje con el cual el lector se pueda identificar. Representa a alguien que quiere seguir siendo eternamente fiel a sus valores.
-La experiencia escritural que ha aportado usted con su serie de novela policial es bastante nueva en nuestra literatura...
-Sí, pero quisiera hacer un paréntesis. Yo creo que si uno analiza la narrativa de los últimos años el libro negro está bastante presente, incluso en autores que no se reconocen como tal. Las claves del género están siendo retomadas o consideradas por varios narradores de mi generación. Ahora, cuando empecé con la primera novela de Heredia no pensé que iba a terminar siendo una serie, pero al concluir el libro yo había quedado con la sensación de que había sido medio egoísta con el personaje, que era un personaje con muchas posibilidades. Cuando se crea un personaje tipo de alguna manera lo dota mucho de la visión de mundo que tiene uno, desde ese punto de vista me resulta cómodo adoptar esta perspectiva de Heredia para tocar los temas que a mí me han ido interesando, es como haber creado un otro yo a través del cual soy capaz de transmitir mis reflexiones y hacerlo actuar de una manera que yo mismo no sería capaz de actuar.
-¿En qué sentido?
-El posee más coraje y decisión de los que pueda tener yo como autor. De repente este personaje se me instala y debe ser como el típico caso en que el personaje lleva al autor y de hecho en este último tiempo he querido llevar adelante otros proyectos y Heredia se me impone. Yo estoy feliz con eso. Es un punto de vista que a mí me resulta muy atractivo, me entretengo a mares escribiendo las novelas de Heredia, me río mucho, disfruto. Ha llegado un momento en que determinadas personas deben pensar que es más real Heredia que yo. Amigos y conocidos me dan ideas para Heredia, cuando me ven.
-¿Una suerte de apropiación?
-Es que también le resulta muy agradable al lector reconocer en los libros ese Santiago que recorren habitualmente. Que un capítulo del libro se desarrolle en un bar al cual ellos pueden ir o en una calle por la cual ellos pasan todos los días. A mí entre que me fascina y me asombra el punto de la escritura en que me encuentro. Hoy en día casi todo mi proyecto literario funciona entorno a él.





Llamada

Recientemente galardonado en España con el premio “Las dos orillas” que se entrega en su segunda versión por la Salón del Libro Iberoamericano de Gijón, Ramón Díaz Etérovic se apronta al lanzamiento en el mercado editorial europeo de su última novela Los siete hijos de Simenon (Lom). España, Francia, Portugal, Alemania, Italia y Grecia tendrán ahora la oportunidad de saborear el heroísmo de Heredia, el detective escéptico y solitario que se la juega por defender valores derogados por una sociedad en crisis.

A Carina

REFLEXION


… De lo que ganamos cuando perdemos…


Te leo hoy que ya es Agosto y pienso que podría haberte mandado parte de lo que perdiste cuando “el invierno se anunció en tu territorio de manera extraña” y se fugaron tus archivos… No lo hice y hoy parece que yo también perdí algunos míos… Nunca fueron un proyecto de novela, como me dijiste por teléfono del tuyo, pero eran algo también. Ahí puede que todavía estén en un espacio que creemos manejar con nuestros teclados pero que, a veces, se levanta caprichoso y hace desaparecer nuestros trabajos, robándoselos todos. La pregunta es si tiene a alguien destinado para entregárselos…

De los meses que pasaron, años parecieron el algún momento, puedo verme claramente cerrando un círculo abierto hace tiempo. Luchar con esa inercia de lo ejercitado cuando fue necesario abrirlo, significó para mí un esfuerzo mayúsculo. Sabía que quería volver, sabía lo que buscaba y sobre todo recordaba el semblante de la que abrió ese círculo.
Ambos pelearon sin cuartel. Ella sola, enfrentada a un batallón de motivos por los cuales había partido en caminos distintos hasta entonces.
Fueron meses de lucha, de pelearme, como el Quijote, con molinos de viento. Como él, a veces también hasta la locura. Fue tan intenso mi combate que el pulso temblaba, tiritando a la hora de escribir. No salía ni un párrafo coherente. No encontraba en los ratos que sobraban al combate, en esas treguas, la luz para ver el papel. El ánimo había quedado también en la trinchera.

Sentía llegar el momento último y estiraba mi mano para alcanzarlo pero siempre se corría un paso más atrás. Por eso los meses parecieron años para mí.
No dejé, sin embargo, que el miedo me acompañe: - No heraldo caballero, esta guerra no es tuya - le dije - para miedos ya tuve bastantes, fue mucha la oscuridad para creer que ahora también me invadirá la noche. No señor, no te quiero en mi monta. Aprendí a cabalgar sola…
No había miedo, sólo una inquietud de creer que podría ser desagradecida. Y la pena de dejar, que es distinta a la rabia de perder…

Hoy escribo desde la otra orilla, parece que crucé el canal sin ahogarme. Parece que enciendo la luz de a poco. Renazco en medio de lo que tanto busqué. El tiempo ya no me traiciona fugándose delante de mí. El tiempo empieza a acompañarme acomodándose a lo que yo le pido… Yo, primera persona singular. No lo había pensado…
De mi reflexión inventaria aparece esto y creo haberlo conversado también contigo. Tú me decías que si costaba era porque había mucho dentro y yo no te creía en medio del fragor de la batalla. Hoy, más allá del archivo perdido, lo recuerdo claramente y empiezo a coincidir contigo.





Carina,

Me parece maravillosa esta reflexión y, casi como maestra rural me alegro de que algunas palabras mías –auspiciosas o augurantes- lleguen ahora a los oídos tuyos nuevos o renovados. Los que antes no podían escuchar lo que yo sí escuchaba de tus propias palabras escritas delante de mí.
Mi talante de guerrera me permitió decir: “Lo que se perdió, se perdió por algo. Hay que empezar de nuevo”, pero me ganó un vacío un largo tiempo. Ahora empiezo otra vez a teclear y rememoro la famosa frase del ilustradísimo místico español: como decíamos ayer…
Porque si perdura, si es inevitable, si golpea a nuestra puerta insistente es necesario abrir, aunque no sepamos a qué destino conduce esa apertura. No nos movemos en el terreno de las certezas, aquí. No nos movemos en la ardua, pero segura verdad de la ciencia, nos movemos en el lenguaje, ese etéreo universo que es tal vez el de la palabra divina, incomprensible, etérea, vaga, inasible. Intentamos un abecedario que comienza, quizás, como algunos creen (un iluminado compatriota tuyo, sin ir más lejos) con la letra Aleph. Y mientras lo digo me doy cuenta de la duda, que es en el arte el modo de existir.
Todo está por inventarse. Tomemos la copa que se ofrece.
Volver es también avanzar. ¿Otra vez Roja?
Te respondí que la esperaba. Creo también que ella espera por ti, lo que en mis suposiciones críticas equivale a decir: ESPERAS POR TI.
Un abrazo gigante

domingo, agosto 20, 2006

20 de Agosto

Talleristas:


Vamos adelantando. Confío en que se pondrán al día con los pagos así que le doy a los temas que tenemos que trabajar. Además de las lecturas, esto es lo que viene:

Cada una(o) debe preparar una:

SELECCIÖN DE TRABAJOS (ANTOLOGÍA) EN EL GÉNERO QUE ELIGIÓ. PUEDE SER UNA ANTOLOGIA MIXTA EN CASO DE INDECISIÓN. 20 PAGINAS, PARA EMPEZAR.

ESTO ES SÓLO RECOPILACIÓN. TRABAJAMOS ORDEN Y AUTOCRÍTICA.

UN ABRAZO


CAROLA

miércoles, agosto 16, 2006

TIEMBLEN!!!!

Hola Talleristas,

Ya regresé. Se cierran los plazos. ¿Vamos entregando y ponièndonos al día, con "todo"?
Un abrazo

Carola

14 de Agosto

Hola Talleristas,

No puedo esperar más por los trabajos. Quedan pendientes los ejercicios (5) de Miguel Angel, Paty, Victoria y Mauro. Y las reflexiones de Miguel Angel, Victoria, Denise y Paty. Pueden hacerlos llegar, ojalá cuanto antes para cerrar...



Aquí van las tareas asignadas a la lectura de cada uno. El plazo es todo el segundo semestre (Agosto-diciembre), pero las entregas deben ser regulares, en lo posible y los tiempos los tienen que fijar ustedes mismas(os).

Las dudas, las aclaramos oportunamente.

Los trabajos tienen una exigencia no menor e implican mucho trabajo y rigor, aspectos que tienen que ver con la formación y con una acabada "elaboración" de las lecturas, de acuerdo también con las necesidades y expectativas de cada quien. No se asusten. Vayan paso a paso.


Besitos a todas(os).

Carola